Es 1989. Sábado 15 de abril, para ser exactos. Hay una mesa y frente
a frente, dos personas conversan. Para ser honestos, negocian. El mayor
de ellos es un conocido empresario que ya bordea las siete décadas. El
otro, un desconocido muchacho que apenas acaba de cumplir los 19 años.
Le agradezco me atienda unos minutos. Estoy muy contento…
Al grano muchacho.- interrumpió el señor. ¿Qué te trae por aquí? ¿Para que soy bueno?
El joven, que se nota de carácter, sabe que al frente suyo hay un
tiburón y que debe darle por su lado. La máxima dice que cuando de
negocios se trata, a los tiburones no hay que hablarles como pajaritos:
son ambiciosos por naturaleza. Rápidos, agresivos. Te encuentran mal
parado y te atarantan.
Pero ahí estaba el muchacho, sereno y
firme. Se llama Leonel Zacarías y apenas tiene la media completa. No
coge libros y no asiste a conferencias de ningún tipo. Su idioma es el
trabajo. Su apellido materno bien podría ser “resultados” y así haríamos
un poco de justicia: sería identificado como Leonel Zacarías
Resultados.
Le había tomado unos dos meses conseguir la cita y
no estaba para desaprovecharla. Casi sabiendo lo que saben los grandes,
bien advirtió que pese a la diferencia de edades, sobre la mesa todos
son iguales. Nadie le dijo como negociar, pero eso está en su ADN. Es
algo de instinto, de olfato. No lo leyó en ningún lado, pero sabe que en
temas de dinero los primeros en perder son los que agachan la cabeza.
Incluso, a su modo, los chinos lo han dicho desde hace años: “En los
negocios gana el que primero fija la mirada.”
Entonces retomó sus palabras.
“Le estoy muy agradecido. Me gustaría hacer negocios con usted. Tengo experiencia en mecánica y creo que…”.-
Nuevamente se oye otra interrupción. El anciano sonríe y lanza su ofensiva:
¿Te gustaría hacer negocios conmigo? ¿Tú crees que podemos trabajar
juntos? ¿Tú crees que tienes experiencia? ¡Qué cosa para más
interesante! ¿Qué edad tienes, muchacho? ¿Tú eres hijo de Pedro, verdad?
Sí, es mi papá y bueno tengo diecinueve cumplidos, señor.- Así respondía el siempre ecuánime Leonel.
“Hace meses puse mi taller. Me han hablado muy bien de usted y me
gusta su ejemplo. Quiero que conozca mi trabajo, por eso vengo.”
Era un gigante en formación. Tenía postura. Jamás debilitaba el tono de
su voz y no se tiraba al piso. Leonel Zacarías estaba desafiando el
éxito. Él no decía “quiero que me ayude”, “por favor, quiero una
oportunidad.” Él no pedía, él ofrecía.
Al frente, el veterano que
parece duro muy en el fondo se ve reflejado. El muchacho le recuerda su
origen humilde y conforme lo escucha se enamora cada vez más de esa
convicción que solo poseen los que han nacido para emprender.
En
una negociación de éxito es importante que las partes se sientan iguales
o superiores, nunca inferiores. Si usted va a negociar con la cabeza
baja, se la pueden patear.
Obviamente, el joven sabía de las
necesidades de don Julián Reyes. Para que usted lo conozca, el tipo fue
un próspero empresario ecuatoriano dedicado al banano. Tenía una flota
de camiones 350 y su problema era el mismo de siempre: los mecánicos
nunca le cumplían. La mayoría de ellos era gente que tomaba y se
retrasaba con sus trabajos. Para él, empresario serio, ese era un
problema que no podía seguir repitiéndose.
Sin embargo, el que
está en la mesa es un muchacho distinto. Vive entre los fierros desde
que tiene diez años, así que no estudió mecánica pero se siente capaz de
solucionar esos problemas. Alternó con trabajos de chacra y también fue
vendedor de frutas en el mercado.
La conversación con don
Julián se extendió por más tiempo del previsto, pero Leonel Zacarías
siempre fue directo. Como decimos algunos, siempre fue a la vena: “Yo
quiero que usted compruebe que no estoy para trabajar con cualquiera. Ya
lo hice y no me gusta. Yo me encargo de sus carros y usted se olvida
de esos dolores de cabeza.” Ya lo había estudiado y no hizo más que
ofrecerle beneficios. Y es que eso hacen los que negocian: Exhiben
ganancias, no pérdidas.
El viejo, que empezó preguntando y
terminó aconsejando, se encargó de poner punto final a lo que pareció
ser una clase de negocios: “Me gusta tu mentalidad, muchacho. Ahora hay
que ver que cumplas nomás, si lo haces vas a llegar lejos.”
Un
apretón de manos fue la despedida. En aquel entonces ellos no usaban
celulares, no había Facebook, ni nada parecido. Eran tiempos distintos.
Hoy las formas de comunicación pueden cambiar un poco, pero la esencia
sigue siendo la misma: para cualquier cosa grande que usted quiera
hacer, necesita POSTURA y carácter. Si usted se sienta con un gigante,
usted debe sentirse gigante. Los que somos verdaderamente grandes no nos
movemos tanto por lo que tenemos, sino por la promesa de lo que vamos a
lograr. La gente nos cree no tanto por lo que les llevamos, sino por lo
que les hacemos ver. Si usted lee el libro La Magia de Pensar en
Grande, ahí encontrará que a la letra dice: “hable de victorias y
obtendrá victorias. Venda triunfo. Haga que otros vean lo que usted ya
es”.
Leonel Zacarías ya no vive en Ecuador, aunque regresa con
frecuencia. Me cuenta que don Julián falleció, pero que más que amigos
su relación era discipular. Hoy, convertido en inversionista, tiene
negocios en todo Ecuador, Panamá, Chile y Paraguay. El muchacho que
empezó como mecánico, hoy vive en grande y es financieramente libre.
Su familia lo acompaña y juntos siguen avanzando.
Observe usted
que una de las claves es siempre empezar temprano. No escuche a los que
no corren la carrera del éxito. No escuche a los que no hacen goles, no
escuche a los que no se fajan. Lo decía muy bien Leonel: “Usted ya no
está para trabajar con cualquiera.” Finalmente, observe usted que ahí
donde alguien se duerme, alguien despierta. Oportunidad que usted no
aprovecha, oportunidad que otro cosecha. Dinero que usted no gana,
dinero que otro se lleva. Piense como gigante, y negocie con gigantes.
No importa si ahora su negocio es pequeño, USTED tiene que ser grande.
Recuerde: la gente le cree no por lo que usted les dice, sino por el
brillo que ven en sus ojos. Usted no conquista con lo que tiene, sino
con lo que ES.
#SiempreImparables
Mundo de Millonarios
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